La lagartija, incapaz
de esfuerzos, trepa por los muros
amplios como vacaciones.
Elige un rayo de sol,
uno solo, y se detiene
sobre el muro a gozarlo.
Luego elige otro, y otro;
cada rayo es un verano
que ella absorbe con su lomo
gota a gota, hasta aturdirse.
Cada mil insolaciones
muda de piel, se renueva.
También el muro y el sol
mudan de horror y fijeza,
pero no se sabe cuando.
Fabio Morábito
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